EL MINICUENTO DEL NIÑO QUE NO PUDO SER LASALIANO…
Tengo un amigo del que no suelo hablar. Principalmente no lo hago porque creo que no le gusta que hablen de él. Aunque lo tengo por una persona abierta, suele ser bastante reservado con sus problemas y tiene en un rincón de su casa un pequeño cofre, donde guarda todos sus secretos. Aquellas cosas que a nadie cuenta… Tan poco acostumbrado está a contar sus secretos, que cuando alguna vez se ha atrevido a compartir alguno,…al final ha acabado metiendo la pata. Las cosas….
Le gusta llevar a gala aquel fandango del inolvidable Paco Toronjo, que decía
“cuéntale al mundo tus dichas, y no le cuentes tus penas…
Que más vale que te odien,…que no que te compadezcan”
Ese amigo, nació hace ya un buen número de años, en su misma casa de vecinos como hacían los niños de entonces. Cuando muchas madres solo confiaban en una matrona, y cuando nacer en la Cruz Roja era un lujo al alcance de unos pocos. Y nació una noche de tormentas de Septiembre, cuando los nardos de la patrona descansaban en los jarrones de algunas casas, y cuando la vendimia era ya un recuerdo en los cansado riñones de muchos jerezanos. Dicen los que recuerdan el momento, que fue como un pequeño regalo para una familia que ya no contaba casi con ser más de los que ya eran. Un desliz. Un retoño. Una noticia inesperada…
Pero ocurrió, que aquel niño trajo un pequeño “defecto de fábrica…” Sus tobillos, sus pies eran un auténtico desastre. Nacieron con una extraña deformación, pies extremadamente planos y algún hueso incluso fuera de su sitio. Y comenzó junto a sus padres, en aquellos sus primeros días, su pequeño peregrinar de médicos en busca de una solución a aquella dolencia. Se acostumbró a subir a aquel frio cristal con un espejo inclinado al fondo. Se acostumbro a llevar plantillas y se acostumbró también a llevar unas horribles botas ortopédicas en busca de un futuro mejor para aquellos maltrechos pies…sin encontrarlo
Sus padres, debido a aquella situación, y con el espíritu protector que cualquier padre posee, le buscaron un colegio especial. Un colegio sin patio. Sin niños que corretearan por su alrededor por miedo a que lo pudieran caer, a que se sintiera mal por no poder correr al ritmo de otros,… por miedo a mil cosas. Y lo encontraron… Un colegio bien cerquita de la Iglesia de San Marcos, en una calle con nombre de pueblo de Huelva y de hermandad rociera: Gibraleón. San Ignacio fue el colegio de aquel niño. Mejor dicho, una gran casa, incluso a veces un hogar, convertido en colegio desde hacía años y dirigido por la inolvidable Pepita Castrelo. Conocido era en Jerez durante los años setenta y ochenta por unas fastuosas primeras comuniones, que se celebraban con la colaboración inestimable de Don Carlos, el párroco. Y a su forma, aquel niño fue feliz en aquel colegio aunque algunas veces, de vuelta a casa, al pasar por la Porvera miraba con sana envidia por el claroscuro de aquella puerta coronada por una Giralda, como otros niños de su edad lucían churretes y sus flequillos aparecían como repeinados por el sudor de aquellos juegos de entonces. Sana envidia. Pero al fin y al cabo…envidia… Haber estado en ese colegio que tanto le gustaba, hubiera cambiado su vida. Hubiera conocido aún antes a algunos de los que ahora son sus amigos,…a Jaime, a Jesús,… Hubiera quizás sido como algunos de esos amigos que tiene y que muestran con orgullo su pasado lasaliano como la bandera que les ha marcado su educación. Le hubieran enseñado otra forma de ser y de vivir. Tuvo siempre la sensación de que en esa escuela, muchas buenas lecciones se quedaron en el tintero…. Quizás, quien sabe,… hubiera aprendido incluso a ser mejor persona…
Pero el tiempo fue pasando, y aquel niño de tobillos maltrechos fue normalizando su vida. Hizo algo de deporte, algo impensable durante sus primeros años, aunque nunca en igualdad de condiciones. Y enamorado desde siempre del mundo de las hermandades, aquel niño tuvo incluso la oportunidad de sentirse costalero en la hermandad de su vida.
Pero una cosa le ocurrió una noche de cofradías… Una de esas noches de semana santa en las que por unas cosas o por otras, el cofrade tiene la suerte de quedarse solo, y vagar por las calles de nuestra ciudad en busca de lo que quiera sin tener que esperar a nadie, sin que nadie le comente, sin que nadie le interrumpa... Uno de esos momentos que de vez en cuando tiene la suerte uno en semana santa de dedicarse a uno mismo… Y los pasos de aquel niño, hecho ya casi hombre, se dirigieron hacia una plaza llena de naranjos, y en las puertas de un antiguo edificio, con la noche ganando la batalla a la tarde. Y allí en aquella plazuela, plantado sobre los viejos adoquines, un paso de palio azul y oro, esperaba la orden del capataz para volver a levantarse. Y vio aquel niño la cara de una Virgen que tenía la extraña habilidad de conjugar en un mismo verbo, la pena que ahogaba su vida y la alegría de saber que había mucha gente que la quería… Y en aquel descanso, aquellos faldones azules que acogen a veces tantos secretos, estaban levantados a medias. Y casi descansando sobre sus espaldas, los cinco costaleros de la primera trabajadera apuraban la parada conversando con el capataz, que les animaba para el poco tramo que ya les quedaba. Vio en sus caras mi amigo, el mismo semblante que le enseñó la Virgen. Unían en un mismo gesto el cansancio y la alegría. Cansados, pero contentos….como decía la sevillana. Y descubrió de nuevo en ese momento la mirada de una Virgen que sabe ser madre como pocas… Porque guarda en sus ojos el secreto de mantener al margen la tristeza, la pena que la maltrata, para entregarnos solo la esperanza, la alegría,…la dulzura de una madre. Como queriendo que los niños que entran y salen, los que gritan jugando en las soleadas mañanas de invierno y a los que ella vigila desde el silencio de la capilla, los que corretean sin rumbo por los patios de su colegio, no sientan pena por ella, no vean en sus ojos sus lágrimas sino la mirada confortadora de una amiga, de una compañera de viaje, de alguien que siempre tiene algo que decirte…
Y supo aquel buen amigo en aquel momento, que quería ser uno de ellos. Uno de aquellos costaleros que esperaban sobre el frió pavés el nuevo golpe del llamador. Supo que quería tener esa sensación que adivinaba en la cara de aquellos hombres de abajo, por los que se hubiera cambiado en aquel mismo momento….
Y fue así que en aquella noche
En un Domingo de Estrellas
Cobijado entre naranjos
En una oscura plazuela
Que La cara de esa Virgen
Ora triste ora risueña
Quedó anclada para siempre
En el mar de sus vivencias
Y prometió aquella noche
Subido en aquella acera
Embelesado en los ojos
De aquella bella princesa
Ser parte de aquel milagro
De sonrisas costaleras
Y fue que al año siguiente
Cuando llegó la cuaresma
Cuando las noches de invierno
Van buscando primaveras…
Cuando rellenan tejados
Grandes nidos de cigüeñas
Que aquel niño hecho ya hombre
Ante tus plantas viniera.
Con la ilusión de un novato
Y la humildad del que empieza
Vino a buscarse algún hueco
Donde cumplir su promesa
Y aquel viejo capataz
De nombre envuelto en leyenda
Puso mi nombre en la lista
De esa cuadrilla señera
Una cuadrilla que quiso
Tratarme como si fuera
Uno más de entre los suyos
Sin examen ni protesta…
Y encontré a Lolo Serrano
Al que yo, ya conociera
Desde aquellos campamentos
Por El Bosque y Grazalema
Y conocí a Coronilla
Y al lado a Manolo Vega
Y venia Jesus Gonzalez
Con el que a veces saliera
Casi arrastrando los tiestos
Bajando por la Porvera
Y viene Manu Mateos
Y Tomás en la primera
Y en la segunda va “El Mondi”
Con Rafita “El Candileja”
Y venían los Segura
A los que aprecio de veras
Y ahora viene Alejandro
De la Junta savia nueva
Y viene Vicky en la cuarta
Tinajero y el Contreras
Juan “Pantani” y el Mateos
Animando en la derecha
Y viene Alfonsito Tellez
Y con él David Beteta
Edu, Cordero y “EL Chicha”
Como siempre en la trasera…
Y casi siempre conmigo
Bien delante o a mi vera
Curtido en diez mil batallas
Viene un tal Lolo Becerra
Con perdón de los perdones…
Un “pollúo” de primera
Gente sencilla y de raza
Lasaliana y costalera
Que hicieron pronto que el sueño
De aquella oscura plazuela
El sueño de ver tus ojos
Reflejados en las señas
Que hacían algunos padres
A sus hijos en la acera
Aquel sueño Virgen mía…
Hicieron que se cumpliera…
Y fue que se obró el milagro
Aquel milagro que hiciera
Que aquel niño sin colegio
De plantilla y botas negras
Hoy sea los pies de la Virgen
De la mirada risueña
¡Y que este humilde milagro
Lo pregonen donde quieran!
Por si alguna vez mi pueblo
Como alguna gente sueña
Quiera poner en tus sienes
Una corona de Reina…
Solo te pido una cosa…
Que pasen pronto las fechas
Que termine este calvario
De los veinte días que restan
Quiero que pase ya el tiempo
Quiero que acaben las cuentas
De ese rosario de ensayos
En tu vieja parihuela
Ya sueño con despertarme
Buscando el sol en mi puerta
Con la sonrisa marcada
Como el chiquillo que estrena
Con mi molía y mi faja
Y ropa blanca pureza
Volver a entrar en el patio
Y asomarme a aquella reja
Presintiendo tu mirada
Que tantas cosas me cuenta…
Que pasen pronto los días
Quiero tachar las calendas
Quiero oír al capataz
Gritando “Al cielo con Ella”
Y rezar el “Salve Madre”
Cuando lleguemos de vuelta…
No pude ser lasaliano
Y así redimo mi pena
Volviendo año tras año
A tu fiel trabajadera
Haz que pase pronto el tiempo
Te lo ruego…Virgen Buena…
Que quiero gritarle al mundo
En un domingo de Estrellas
Que oliendo a palmas y a incienso
Mi Virgen ya está saliendo
Por las puertas de Mi Escuela….
miércoles, 30 de marzo de 2011
domingo, 19 de abril de 2009
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